lunes, 5 de julio de 2010

EL CARRO DE LA MUERTE

En un sueño corrió el camino, andó tranquilo y a veces aceleró hasta la carrera, los páramos que lo rodeaban eran dorados y oscuros, ocres, y a lo lejos los árboles eran sombras plomizas que rodeaban cuevas negras y oscuras que se formaban entre sus troncos y daban sombras imposibles de penetrar con la mirada. Una muchacha que vestía de blanco y llevaba una pequeña maleta y un paraguas oscuro, a lo lejos, entró en la arboleda y se perdió en la sombra, se escuchaba llorar aún desde lejos, una chica errante con el cabello largo; y estaba oscureciendo alrededor. Sintió el hombre un vehículo a lo lejos, cascos de caballos y relinchos, y una sombra oscura que a lo lejos atravesaba el paisaje centrado en el camino, rápido como el miedo, y presa del miedo también, el hombre echó a correr, abandonando el camino, a través del páramo; y tenía miedo, porque por donde pasaba el carro iba quedando una estela de sombra que ni era oscuridad, ni humo, ni polvo; porque el carro iba sembrando olvido allá por donde pasaba. Y fue tan rápido como el tiempo, y fue tan lento nuestro hombre que no pudo darse prisa ni aún corriendo, porque el carro lo alcanzaba todo como lo alcanza el sol cuando se alza en el cielo, y cientos de manos grises se desprendieron del carro agarrándolo por brazos, cintura, cuello… Y fue subido y sentado entre las sombras que dentro viajaban como un condenado. No pudo volverse a levantar, ni a reir, ni a soñar, porque tenía miedo, porque no sabía nada y porque el carro no dejaba de viajar, jamás, ni hubo agua, ni sal, ni compañía, porque las sombras repletas de ojos y de manos grises no acompañaban con su incorpórea presencia, y el miedo no tuvo fin, porque lo causa lo desconocido, y no hubo hambre ni amor, sólo viaje, y tiempo que no era tiempo, mientras el carro siguió sin dejar huella, atravesando los páramos sin detenerse, nunca, y un hombre no volvió a ponerse en pie, jamás. Y siguió sintiendo miedo y frío, y pensando sin pensar ni dormir, ni despertar.