sábado, 18 de febrero de 2012

Oro en el mar


Si alguna vez, dormido, te soñé cabalgando las olas en busca de éste tesoro…Desperté. No hay nadie capaz de investigar tan inmensos mares y océanos persiguiendo sueños e ideales, de valorar lo que no es capaz de conocer, y reconocer.
Las algas siguen en su lugar, creciendo y muriendo, dando paso unas a otras. Entre el balanceo profundo y elegante de las posidonias se me olvida recordar, entretenido y animado, lo que tuve en mente ayer. Los páramos sumergidos, al alcance de mi vista, siguen siendo los mismos que ayer, oscuros, silenciosos, sumergidos, distantes.
Sé que suspendido en el tiempo, anclado en una tierra salvaje bajo el mar, seguro lejos de las manos del hombre, a veces me olvidé de mí; pero nunca he dejado de saber verme en los ojos de otro, de leer el ansia de salvarme, la ilusión de rescatarme, pero…¿de qué?. ¿Es que quizá el oro en el mar necesita ser llevado a tierra y expuesto en una vitrina o guardado en el cajón de un escritorio?. Quizá se le debiera preguntar si le apetece, si necesita ser salvado, y si necesita cambiar el mar por la tierra y por el aire. ¿Quién tiene derecho a decirle al oro que quiere hacerlo feliz?; ¿es que el oro no es feliz?, ¿cómo lo sabe?. Te has equivocado, Valentín, no existes; solo fuiste un sueño que se desvaneció con la mañana; y si alguna vez, en otro sueño, vuelves a surcar los mares en busca de tesoros, amor intrépido, y encuentras una pieza valiosa y bonita, déjala brillar en tu mirada, y sobre todo, déjala ser feliz, quizá no necesite de ti para serlo porque quizá…ya lo sea.
El oro en el mar está dormido y Valentín, no vuelve; todo fue un sueño profundo.
Mi único y verdadero encanto, consiste en que soy YO MISMO, tan único, diferente y efímero...Como todos los demás.

A Valentín