lunes, 30 de agosto de 2010

El hombre gris


Érase una vez, un hombre que de golpe se dio cuenta de su poca importancia. Fue consciente de sí mismo y se volvió gris al conocerse. Compró una gran caja de cartón y en ella metió todas sus desilusiones, eran muchas y la caja quedó llena y pesada, bajó los ojos al verla y lloró; en el garaje de casa la dejó en un rincón para no tenerla cerca.
Quiso hacer lo mismo con sus sueños y con una caja de zapatos vacía le bastó, hacía mucho que no soñaba, y guardando la caja junto a la otra recordó que una vez quería enamorarse, pero era tan pequeño que eso ya no lo creía, y ese sueño quedó en el garaje con los otros. Llenó una gran pecera con las lágrimas caídas, pero no pudo recuperarlas todas…Eran tantas, que algunas hacía años que llegaron al mar. Él no sabía que algunas incluso habían llovido en países extranjeros, sobre montañas y valles lejanos y desconocidos, sobre personas de colores que reían y soñaban, mojando la tierra y volviendo al mar.
Cosiendo sus desengaños se hizo una colcha, porque ya casi era Invierno y empezaba a hacer frío, tenía muchos que coser, haría una gran colcha, pero comprendió al final que los desengaños no calientan, y la colcha fue fría, e inútil contra el Invierno, acabó también arrinconada en el garaje.
Pensó sentado un día que jamás había plantado un árbol, que mirar con orgullo viendo flor y fruto agradecidos a su existencia, por darle vida y cuidarlo, y estuvo muy triste, y como no tenía gato ni perro nada se acercó acariciando su pierna, pidiendo mimos a cambio de cariño y compañía, así que volvió a entrar en casa y se durmió, aunque no tenía ganas de dormir.
Se despertó, aunque no tenía ganas de despertar y fue a trabajar. Supo de camino que no estaba contento porque no tenía un trabajo que le gustase, simplemente tenía el trabajo que le había salido, y se había unido a él por tantos años. Se le hizo muy pesado el día y largo el trabajo. Era repetitivo y no lo consoló, y cuando volvió a casa cenó algo que no le apetecía mucho en concreto, pero que tenía en casa.
Limpió su casa, pero la soledad, como el polvo, siempre reaparecía llenándolo todo de tedio y de sombras, y no hubo manera de quitarla de los muebles y el suelo, y el sol se fue de nuevo sin despedirse porque no importó que fuese día, ni noche. El viento entró por sus ventanas abiertas aquella noche, pero no le dijo nada, y no se paró a leer porque nunca descubrió si le gustaba, y allí en la cama, en su casa, siguió consciente de su poca importancia; y supo que no era nada, y nada y tan poco fue al fin y al cabo, que dejó de existir mientras dormía.

jueves, 19 de agosto de 2010

La solitaria tumba de Katherina Blom


Si volviese a ver su casa, no reconocería lo que fue su hogar, en Alemania, después de haber caído durante el estruendo de la primera guerra mundial, 30 años después de su muerte, y herido gravemente en la segunda gran guerra. No existe ya aquella casa de la que no quedaron más que los cimientos y un banco de piedra en el jardín, ni del original bloque de ladrillo rojo que hubo que demoler entero años más tarde para volver a construir un moderno bloque gris y acristalado tras la segunda guerra, en donde hoy se asientan una serie de oficinas que prestan servicios muy diversos.
En su fría tumba, perdida a las afueras, hoy el alma se remueve inquieta. Ni la losa de piedra que la cubre es ya visible, más de una cuarta de tierra la esconde, y hierbas y arbustos. Un paseante se halla sentado justo encima anudándose un zapato y descansando, con sus huesos no muy lejos de una inscripción que reza :
Katherina Blom
1863-1885
Hija nuestra, hermana, descansa en paz
Pues ahora su cuerpo pertenece a la tierra, lo único que el hombre conoce con certeza; pues a quién o qué pertenece su alma, eso con absoluta certeza nadie lo ha sabido nunca, escriban lo que escriban.
En la casa donde nació, que ya no existe, tomó forma la persona que fue, y quedó la sombra de quien sería, allí amó a sus padres y comenzó a enamorarse un día; allí leyó muchos libros y aprendió todo lo necesario para saber llevar una casa, pues nada más importante se le exigiría como mujer que era, y justo allí no llegó a conocer si algo más le faltaría, y si llevar una casa y atender una familia, llenaría su existencia sin envidiar la de un hombre. En aquella casa no llegó a luchar contra las costumbres de su tiempo, y contra el machismo de una época pronta a desaparecer bajo las nubes de las guerras… y del tiempo. Allí no tuvo hijos ni decidió casarse, ni allí volvió a desayunar después del 9 de Febrero de 1885, en cuya tarde murió.
Yo no sé cómo murió, ni cómo sé lo que sé; pero hoy la he sentido en su tumba, y he recordado a alguien que jamás he conocido, la he visto leyendo una carta en aquel banco de piedra del jardín de su casa paterna, entretenida, y levantarse y entrar tranquila entre las sombras del mediodía con la carta en una mano y nada en la otra; y ser querida y feliz y no quejarse mucho, y soñar y hacer…
Hoy nadie conoce su tumba ni recuerda, ni sabe, que vivió.

sábado, 7 de agosto de 2010

MAMÁ



Tierra adentro hay una encina, es el sur, allí en la sierra donde nací, donde crecí soñando con el mar, sin ver la tierra, soñando con las algas sin mirar las jaras, pensando en los puertos sin querer el olivar, sintiéndolo mío, cosido a mi destino, rechazándolo dulcemente a favor del mar, echando en falta a mi madre mientras dormía en la habitación de al lado, queriéndome, soñando con mi bienestar.
Mamá, hoy puedo decirte que me he ido, que no sé si volveré mañana, dentro de 10 años más, o nunca, porque no sé muy bien qué es lo que quiero, ¿qué hay de esa inseguridad de los 17 años?, nos habeis engañado, queridos padres, nunca nos dijisteis que esa inseguridad no se va con la infancia ni con los años, que vosotros también teneis miedo, que a veces tampoco sabeis lo que quereis, cómo ser felices, cómo dormir bien lejos del miedo; y nunca nos dijisteis que estais frustrados, a veces, que no habeis realizado éste sueño, que habeis olvidado el otro que tuvisteis un día… Y yo crei que eso acabaría, que la edad me traería nuevas sensaciones, pero no que acabaría acostumbrándome a ellas y a pasarlas por alto de cuando en cuando centrado en todas las trivialidades diarias, a veces, y a veces no.
Podías habérmelo dicho, mamá, podías haber sido sincera contigo misma y conmigo, con mi hermana y con papá, y miraros a los ojos y confesaros que aún sentís miedo, que os falta algo,que eso es así, intentar uno apoyado en el otro seguir moviéndose, seguir soñando e intentar, poco a poco, cumplir un viejo sueño, y verme correr y afrontar lo mismo, volando, amando, añorando, confiando y temiendo que todo sigue igual mientras que cambia, confesar que a veces hay que conformarse. Aceptar el sufrimiento y aprovechar la felicidad conforme lleguen.
Tengo miedo a veces, mamá, me siento muy pequeño, y es de noche y en mi cuarto está muy oscuro, tengo sed, mi cama es inmensa y debajo hay algo malo, hay un gran cocodrilo que espera verme saltar al suelo sediento, camino de la cocina a por agua… Y te llamo, y entonces se abre la puerta, y como una extraña virgen mágica entras tú, rodeada de luz, con un vaso en la mano, acercándote a mi cama sin reparar en ese inmenso monstruo que se halla debajo, y entonces ya no existe y yo bebo, y me besas, y te vas, mamá.
Quiero despertarme y jugar de nuevo, descubrir cosas y soñar, cumplir pequeños objetivos e imaginar cómo es aquello que aún tan lejos me queda, mi futuro.
¿Hoy lloro porque estoy contento?, no estoy seguro, a veces no sé exactamente quién soy, y mi nombre se me hace extraño al pronunciarlo, no lo reconozco, ni apenas mis propios recuerdos, mis manos, mi rostro al acercarme a un espejo… Y el tuyo al mirarte con cariño, y al reparar en cómo, poco a poco, te estás haciendo vieja, alejándote de mí mientras te sigo, tímido, queriendo detener tu muerte y mi destino, mamá.