domingo, 21 de noviembre de 2010

La cruda realidad


En una línea que trazó mi mano,
se formaron las palabras que no quise pronunciar...
pero a pesar de todo, silencio vano,
se alzaron aun sin voz
para hacerme derrumbar.

No quise la verdad, aunque la supe cierta,
y allá, en mi escondite, protegido me creí;
pero es que en mi escondite
también había una puerta,
y abierta, un día la ví.

Entró el dolor cantando, y la verdad obviada,
y el tiempo ya perdido, riéndose de mí,
entraron la derrota, el llanto
y la esperanza, que apenas se asomaba
por miedo a lo que ví.

Aquel día tenebroso, real y verdadero,
se fueron mis sirenas, mis duendes y mis hadas,
qué sólo me sentí sin el consuelo
que daba el gran engaño
en el que me amparaba.

Hoy sin ninfas, ni centauros, sin dragones,
tengo el Sol, la Luna, la Tierra, tengo el Mar,
hoy tengo una verdad y un corazón, enormes dones,
que cierran mis heridas,
y aún... Puedo soñar.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Suspiros



A veces pienso en ti
Y se me escapa un suspiro,
Mis pupilas se dilatan
Y ya no sé nada más…

Que tristeza que me invade
Cuando te busco y no estás.

A veces te recuerdo
Y todo desaparece,
No me importa dónde estoy,
Todo es niebla y esperanza…

Que pena que a mi me da
que brazos no te alcanzan.

A veces te doy un beso
Que vuela el aire hacia ti,
Estás lejos y se cansa,
Y al final cae en el suelo…

Qué poco que dura un alma
con esa forma en el cielo.

Son suspiros lo que tengo,
Que nunca sé a dónde van,
Cuando salen de mi pecho…
Pero a tu lado no están.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El duende que vestía de luto


Detrás de la casa donde vive la pequeña Lina hay un pilón con un grifo que gotea, porque Lina vive a las afueras del pueblo, justo casi donde comienza un bosque de hayas muy verdes que dan mucha sombra, también hay robles y, cerca de los arroyos, fresnos, y algunos madroños viejos y altos amontonados en puntos concretos.
Lina tiene 6 años y lo está aprendiendo todo, y una de las cosas que más le gusta hacer por la tarde, es acercarse al pilón con su muñeca y jugar allí, porque debajo del pilón crecen unas pequeñas flores blancas y otras azules, y algunas setas pequeñas y oscuras, crecen casi todo el año en la humedad de un sitio tan sombrío y fresco, y allí también hay leña y unas baldosas viejas, algunos ladrillos y un carrillo viejo, varias macetas vacías y amontonadas… Vamos, que es un sitio perfecto para jugar, lleno de desorden y muy bonito y fresco, y a los juguetes de Lina les encanta, sobre todo en verano.
Una vez, salió a jugar pasadas las ocho de la tarde, mientras en casa se acababa de preparar la cena, antes de oscurecer, y al volver la esquina de la parte trasera, se quedó un momento quieta con los ojos muy abiertos: Un diminuto hombrecito (recordaba al blanco y arrugado rostro de su abuela Inés, sólo que del color de la tierra oscura regada por la lluvia) recogía las flores de debajo del pilón.
Evitaba todas las blancas, solo las azules le atraían, y las iba ensartando en un hilo, una por una, que le rodeaba el cuello y le caía por la espalda. Apenas medía dos cuartas, medidas con una mano de papá, claro, que sus manos son muy muy pequeñas, iba vestido de negro, todo de negro, unos pequeños pantalones negros, una camisa negra suelta abajo y un pequeño pañuelito negro, atado atrás, una especie de zapatitos, como los suecos de mamá, del color de la madera vieja, parecían de madera, sí, y unas pequeñas cuerdas al cuello en varias vueltas de las que colgaba una especie de piedrecita azul, muy pequeña y muy brillante, recogía flores, y cantaba… Murmuraba una canción; Lina no sabía qué canción, no decía nada, era una musiquilla vieja que la animaba. Y su ropa le hacía pensar en sus abuelas, las dos.
Mamá -preguntó una vez a su madre-, ¿porqué la abuela Paca y la abuela Inés siempre están con ropa negra?, ¿no le gustan los colores?, ¿ni a las otras abuelas?, la abuela de Carlos también se viste igual y la de Adela….
Son las personas mayores, hija –le decía su madre- , son costumbres… Ya lo comprenderás más adelante, pero tú puedes vestirte de muchos colores y si quieres….
A partir de ahí la explicación quedó perdida en su infantil pensamiento y se imaginó a su abuela vestida de azul, o amarillo, o con un vestido blanco con flores verdes… ¿Porqué no?.
En ese momento su pupila se centró de nuevo bajo el pilón, y allí, el extraño hombrecillo, muy quieto, la estaba observando con un enorme gesto de sorpresa y consternación.
Soltó de golpe la flor que aún tenía en la mano y echó a correr hacia los árboles, a una velocidad que a la niña le recordó a los conejos que a veces sorprendía echados en el pasto cerca de casa, ¡cómo corrían!, imposible hacerse con un conejito así como así, ¡y nacen prácticamente ya corriendo!; y aunque corrió tras él, en unos metros sólo se detuvo dándose por vencida.
En la misma línea que separaba el bosque del valle que daba a la parte trasera de su casa, junto al tronco de un haya vieja se detuvo el pequeño duende ( porque Lina sabía perfectamente y sin lugar a dudas que era un duende, un gnomo, lógicamente, llevaría un gorro rojo), y la miró con los brazos colgando a los costados, las flores azules en una ristra enmarañada alrededor de su torso y los ojos grandes, tristes y vidriosos, la boquita medio abierta…
-¡Ven duendecillo!, ¿no vienes?, ¡¡que quiero preguntarte…..!!!
Y en ese momento en cuestión de apenas un segundo, saltó a las sombras del bosque y se perdió en ellas.
Claro está que Lina pensaba volver allí al día siguiente y al otro y así… A jugar de nuevo, y a ver qué había de aquel pequeño duende, tenía la esperanza de volver a verlo. También recordaba a su abuela Inés, vestida de negro, pasar por el camino delante de casa y detenerse al verla en el patio. ¡Abuela!- gritaba Lina mientras corría, -¿adónde vas?- su abuela iba, como no, de negro, y llevaba un ramo de flores en la mano, eran como unas margaritas grandes y violetas muy claritas salpicadas de cositas blancas y hojas finas y verdes. – Voy a llevarle esto a tu abuelo y a tu tía- decía su abuela, -cuando baje llego a casa, díselo a mamá-.
Dicho esto se alejaba, camino arriba, hasta donde llega el horizonte y una pared se levanta de la tierra llena de árboles oscuros con forma de lanzas que se elevaban desde la tapia hasta mucho más alto… mucho más alto… Pero a partir de ahí, Lina no pensaba más en eso, nunca había ido al lugar a donde lleva aquel camino, ahora pensaba en su duendecillo, vestido de negro, al que quería volver a ver sin falta al día siguiente. Estaba pero que muy ilusionada y contenta.