sábado, 7 de agosto de 2010
MAMÁ
Tierra adentro hay una encina, es el sur, allí en la sierra donde nací, donde crecí soñando con el mar, sin ver la tierra, soñando con las algas sin mirar las jaras, pensando en los puertos sin querer el olivar, sintiéndolo mío, cosido a mi destino, rechazándolo dulcemente a favor del mar, echando en falta a mi madre mientras dormía en la habitación de al lado, queriéndome, soñando con mi bienestar.
Mamá, hoy puedo decirte que me he ido, que no sé si volveré mañana, dentro de 10 años más, o nunca, porque no sé muy bien qué es lo que quiero, ¿qué hay de esa inseguridad de los 17 años?, nos habeis engañado, queridos padres, nunca nos dijisteis que esa inseguridad no se va con la infancia ni con los años, que vosotros también teneis miedo, que a veces tampoco sabeis lo que quereis, cómo ser felices, cómo dormir bien lejos del miedo; y nunca nos dijisteis que estais frustrados, a veces, que no habeis realizado éste sueño, que habeis olvidado el otro que tuvisteis un día… Y yo crei que eso acabaría, que la edad me traería nuevas sensaciones, pero no que acabaría acostumbrándome a ellas y a pasarlas por alto de cuando en cuando centrado en todas las trivialidades diarias, a veces, y a veces no.
Podías habérmelo dicho, mamá, podías haber sido sincera contigo misma y conmigo, con mi hermana y con papá, y miraros a los ojos y confesaros que aún sentís miedo, que os falta algo,que eso es así, intentar uno apoyado en el otro seguir moviéndose, seguir soñando e intentar, poco a poco, cumplir un viejo sueño, y verme correr y afrontar lo mismo, volando, amando, añorando, confiando y temiendo que todo sigue igual mientras que cambia, confesar que a veces hay que conformarse. Aceptar el sufrimiento y aprovechar la felicidad conforme lleguen.
Tengo miedo a veces, mamá, me siento muy pequeño, y es de noche y en mi cuarto está muy oscuro, tengo sed, mi cama es inmensa y debajo hay algo malo, hay un gran cocodrilo que espera verme saltar al suelo sediento, camino de la cocina a por agua… Y te llamo, y entonces se abre la puerta, y como una extraña virgen mágica entras tú, rodeada de luz, con un vaso en la mano, acercándote a mi cama sin reparar en ese inmenso monstruo que se halla debajo, y entonces ya no existe y yo bebo, y me besas, y te vas, mamá.
Quiero despertarme y jugar de nuevo, descubrir cosas y soñar, cumplir pequeños objetivos e imaginar cómo es aquello que aún tan lejos me queda, mi futuro.
¿Hoy lloro porque estoy contento?, no estoy seguro, a veces no sé exactamente quién soy, y mi nombre se me hace extraño al pronunciarlo, no lo reconozco, ni apenas mis propios recuerdos, mis manos, mi rostro al acercarme a un espejo… Y el tuyo al mirarte con cariño, y al reparar en cómo, poco a poco, te estás haciendo vieja, alejándote de mí mientras te sigo, tímido, queriendo detener tu muerte y mi destino, mamá.
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A un hijo mío yo creo que también le haría un camino de baldosas amarillas, que le llevara camino adelante sin preocuparse mucho en los primeros años por los pesares de esta vida.
ResponderEliminarEl miedo es necesario, Enelmar, pues nos señalan nuestros límites, temores e inseguridades. Es entonces cuando nos pueden ayudar a decidir, a cambiar y a transformar nuestra vida.
Abrazos y hasta mañana, en que te leeré otro poquito.