jueves, 19 de agosto de 2010
La solitaria tumba de Katherina Blom
Si volviese a ver su casa, no reconocería lo que fue su hogar, en Alemania, después de haber caído durante el estruendo de la primera guerra mundial, 30 años después de su muerte, y herido gravemente en la segunda gran guerra. No existe ya aquella casa de la que no quedaron más que los cimientos y un banco de piedra en el jardín, ni del original bloque de ladrillo rojo que hubo que demoler entero años más tarde para volver a construir un moderno bloque gris y acristalado tras la segunda guerra, en donde hoy se asientan una serie de oficinas que prestan servicios muy diversos.
En su fría tumba, perdida a las afueras, hoy el alma se remueve inquieta. Ni la losa de piedra que la cubre es ya visible, más de una cuarta de tierra la esconde, y hierbas y arbustos. Un paseante se halla sentado justo encima anudándose un zapato y descansando, con sus huesos no muy lejos de una inscripción que reza :
Katherina Blom
1863-1885
Hija nuestra, hermana, descansa en paz
Pues ahora su cuerpo pertenece a la tierra, lo único que el hombre conoce con certeza; pues a quién o qué pertenece su alma, eso con absoluta certeza nadie lo ha sabido nunca, escriban lo que escriban.
En la casa donde nació, que ya no existe, tomó forma la persona que fue, y quedó la sombra de quien sería, allí amó a sus padres y comenzó a enamorarse un día; allí leyó muchos libros y aprendió todo lo necesario para saber llevar una casa, pues nada más importante se le exigiría como mujer que era, y justo allí no llegó a conocer si algo más le faltaría, y si llevar una casa y atender una familia, llenaría su existencia sin envidiar la de un hombre. En aquella casa no llegó a luchar contra las costumbres de su tiempo, y contra el machismo de una época pronta a desaparecer bajo las nubes de las guerras… y del tiempo. Allí no tuvo hijos ni decidió casarse, ni allí volvió a desayunar después del 9 de Febrero de 1885, en cuya tarde murió.
Yo no sé cómo murió, ni cómo sé lo que sé; pero hoy la he sentido en su tumba, y he recordado a alguien que jamás he conocido, la he visto leyendo una carta en aquel banco de piedra del jardín de su casa paterna, entretenida, y levantarse y entrar tranquila entre las sombras del mediodía con la carta en una mano y nada en la otra; y ser querida y feliz y no quejarse mucho, y soñar y hacer…
Hoy nadie conoce su tumba ni recuerda, ni sabe, que vivió.
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Pues si no me hubieras dicho nada antes, te aseguro que ahora andaría tras la pista de Katherina Blom.
ResponderEliminarMuchas veces pienso sobre la historia del lugar donde vivo. ¿Cuántas historias habrán muerto dentro de sus muros? Un día invité a entrar a mi vecino viejete en la casa donde viví el curso pasado y, tratando yo de ayudarle a bajar los escalones, me dijo "no te preocupes, anda que no he bajado yo veces por aquí de joven con mi guitarra...".
Imagínate las historias que pueden tener muchos lugares.
;·)