![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjqzcBqGx8yY0btsFazrmvq_Vyx6hYy2_C5kZKjjkMjHX_dZ7Qtu7EHU51cUKeUMbAESt4oWu884nq_FGxV2AxKL2qnlteekS-NoaN2bjsbPilOYEqD5aVMNAW7cqBcexSSCNnmfpwBHGM/s400/pollos.jpg)
Ésta pequeña historia forma parte de mi niñez, de las que tantas otras ya he olvidado. Apenas recordaba ésta, pero mientras tomaba café me ha venido a la mente como “una pedrada”, y no he podido evitar el tener que sentarme a “rescatar” mi recuerdo antes de que se vuelva a desvanecer.
Yo fui un niño muy especial, debéis creerlo porque lo digo yo, jj, y siempre tuve una conexión muy especial con mi madre, a quien adoraba, al contrario que mi padre con el que apenas he mantenido relación, ya que aún siendo lo buen padre que ha podido, siempre se ha mantenido distante, gruñón, y poco comunicativo. Mamá era muy bonita, para todos los niños su madre lo es, pero al crecer me he dado cuenta de que mi madre era reálmente bonita, para mí y para el resto de niños que compartieron mi infancia; tenía una cara bonita, una piel suave y blanca, una nariz pequeña ( que he heredado) , unos ojos muy dulces y un maravilloso y abundante pelo, largo y castaño claro que se ondulaba en sus extremos. Tenía (y sigue teniendo) un cuerpo bastante bonito que casi mantiene hoy a pesar de su edad, y yo la miraba deslumbrado cada vez que venía a recogerme al colegio, lleno de orgullo, porque mi madre era la más bonita de las madres que esperaban a la puerta del colegio.
La historia del pollo es corta. Jjj.
Un día bajé al mercado con ella, era muy pequeño, el caso es que fue la primera vez que vi aquello, que no la última. A pesar de todo mis padres eran unas personas muy prácticas y muy de campo, sencillos y humildes, y no se andaban con muchos rodeos a la hora de que mirásemos algunas verdades a la cara.
En una caja, en uno de los puestos del mercado, donde vendían huevos y otra clase de animales, había un montón de pollitos de todos los colores, -¡santo cielo!- pensé, - ¡pollitos de colores!. Yo nunca he sido un niño que pidiera mucho, me conformaba bastante con lo que me daban, y si pedía para mí, pedía también para mi hermana. Pero aquel día me daba igual mi hermana, quería uno de esos pollos a cualquier precio, me gustó especiálmente el de color rosa (me encanta el rosa de toda la vida, me parece un color de broma y divertido). Pedí el pollo muy seriamente: -Mamá, quiero un pollo rosa.
Mi madre lo pensó, me miró y me dijo: -¿Y qué vamos a hacer con él cuando crezca?, si es gallina nos lo podremos quedar ya que al menos pondrá huevos, pero si sale pollo, habrá que matarlo para comer, ¿para qué queremos un pollo?.
Teníamos un patio inmenso y un terreno tras la casa donde mi “pollo rosa” podría vivir feliz, no pensaba en otra cosa, así que volví a insistir sin dar explicaciones. Mi madre accedió y escogí mi pollo rosa, con el que me fui muy contento a casa.
En mi vida he tenido muchísimas desilusiones, dos de ellas fueron las siguientes:
1ª. El pollo creció y mudó las plumas, o sea que no era verdaderamente rosa, me sentí ultrajado y crédulo, estafado, desengañado de la vida: No existen los pollos de colores.
2ª. El pollo resultó ser macho, y mamá cumplió su promesa. No nos podíamos quedar el pollo si era macho.
Sufrí las consecuencias de mi elección, tuve una decepción y me quedé sin pollo, pero a pesar de todo lo superé, ¿o no?. ;-)