miércoles, 1 de septiembre de 2010

La mano con plumas


Ya estaba harta, pero que muy harta de esperar, había esperado su padre, y su padre estaba muerto, y ahora le tocaba a ella; pero ella no tenía tanta paciencia como su padre y además tenía el ejemplo de éste como reclamo y un pequeño bote de alcohol en la mano.
Su padre había poseído un bloque entero en un viejo barrio de Madrid, muy cerca del centro y en bastante decadencia en parte, los bloques viejos que se iban quedando vacíos eran completamente reformados, o vendidos, o derribados para construir bloques nuevos… El caso es que alguien ganaba dinero. Su padre no.
Aún había tres inquilinos en el bloque que gozaban de un alquiler de renta antigua y que apenas pagaban tres euros al mes; y además, de alquiler hereditario, pudiendo pasar de una generación a otra. No tenía ni idea cómo se las había arreglado su padre entre demanda y demanda sin arreglar aquel edificio; baños viejos, cañerías antiguas, goteras, sistema eléctrico pésimo, paredes peores… Algunos vecinos habían muerto sin heredero, algunos se habían marchado con el paso del tiempo, pero aún quedaban tres puertas cerradas, con la ley a su favor. No era justo que ella apenas tuviese un sueldo de mil euros al mes, estando soltera, teniendo un edificio entero a su nombre en el centro de Madrid, no era justo. Pero su padre estaba enterrado y ella tenía un plan.
Pensaba en algo discreto, como provocar de alguna manera unos chispazos en los contadores, eso sí, con un poquito de alcohol daría fuerza a una llama recién nacida, lo justo para que ningún especialista pudiese atribuir la causa del desastre a una acción humana, algo intencionado, las mismas cajas que guardaban los contadores eran de madera vieja. En su garaje había encontrado tras unas cajas el pequeño nido de una rata, todo migajas y trozos de telas y cartones muy roídos, olía bastante mal; lo colocó en una esquinita inferior en una de las cajas de los contadores y roció a su alrededor un pequeño chorro de alcohol, dio con un destornillador entre los cables un poco a ciegas, no sabía muy bien cómo funcionaban esas cosas, saltaron unas pequeñas chispitas, pero nada de fuego; ya estaba harta, acercó el mechero encendido, la llama se levantó enseguida, no muy grande, pero bastante decidida, una pequeña sonrisa iluminó su cara justo cuando escuchó a sus espaldas a la mujer que vivía en el primero, lo había olvidado:
-Pero… ¿qué ocurre?, ¿qué hace usted en…?
Fue tan rápida que ni siquiera ella se dio cuenta, y antes de reaccionar ya le había clavado en el cuello el destornillador. No muy fuerte, pero lo justo y con la suficiente suerte de acertar en el lugar adecuado y un chorro de sangre saltó en dirección a la puerta abierta del piso de la anciana, y cayendo esparcido sobre las losas del suelo, le dio el empujón que le faltaba. Arrastró a la anciana hacia su piso mientras las llamas tomaban fuerza afuera, empujó la puerta y casi se muere del susto: Esos horribles pisos de las viejas -pensó- llenos de horteridades y adornitos salpicados por todas partes. En un mueblecito oscuro en la entrada, delante de un enorme espejo, había una cabeza de pavo real disecada, con cuello y todo, y de la parte inferior salía la enorme cola que se abría y extendía delante del espejo, por supuesto, el resto de la superficie del mueblecito estaba salpicado de baratijas varias y cajitas, una bastante grande; la abrió, y estaba llena de piedras, piedras grises y romas como las que se encuentran cerca de los ríos. Olvidó la cajita y ese montón de plumas que le asfixiaban la vista y dejó a la anciana tumbada en medio de la entrada.
Subió las asas de su bolso al hombro, bien colocadas, preparada para la retirada, y cogió la cabeza de aquel horrible pavo real con la intención de arrojarla sobre la anciana; las plumas secas prenderían bien, quería irse a casa e irse ya, y esperar… Pero se quedó con la cabeza y el cuello en la mano, la enorme cola seguía en la repisa, mostrando sus hermosas plumas muertas, así que arrojó la cabeza al suelo, y cuando acercó la mano a la cola del ave, las plumas se movieron, se abrieron más… mostrando toda su macabra belleza ante los atónitos ojos de la asesina, de la pirómana, y de la parte inferior surgió una mano vieja y arrugada como si despertase de un sueño, muy lentamente; pequeñas plumas nacían desde la misma muñeca de aquella grotesca visión y se extendían altas en movimiento, y en el dedo índice un gran anillo de plata con una especie de incrustación de madreperla en el centro en los mismos tonos que el centro de la terminación de las largas plumas. La madreperla se abrió, como un párpado… y la miró.
Un enorme ojo gris y anciano que pasó inmediatamente del ensueño a la más viva consciencia con gesto de asombro, se tensó enfadado… Y el exótico ejemplar se abalanzó de un salto sobre el pecho de la mujer. Dio dos pasos atrás, trastabilló, y cayó de espaldas cerrando por completo la puerta; perdió el bolso y se abrió su abrigo, pataleaba junto al cadáver de la anciana mientras se intentaba deshacer de aquella especie de quimera extraña que la arañaba el pecho con sus largas uñas, mientras el ojo en el anillo la miraba con expresión de odio y de furia. Las plumas se movían nerviosas, algunas salieron despedidas en el ataque, tan largas eran que la cubrían hasta más debajo de las rodillas intentando envolverla; logró subir, se asió a su cuello arañando, sintió la sangre rodear su cuello en finos hilos mientras gritaba y una cortina de humo empezó a pasar por debajo de la puerta, y enseguida, pequeñas llamas -¡el bote de alcohol- pensó.
El bote de alcohol, abierto en el suelo del portal había sido alcanzado por las llamas y se escuchó una pequeña deflagración, al instante unos gritos que provenían de arriba; abajo, con una mueca entre horror y desconcierto consiguió liberarse de aquella mano que fue a parar al espejo provocando una enorme grieta que lo dividió instantáneamente en dos partes iguales. Logró recomponerse en menos de un segundo, y aún de rodillas, asió el pomo de la puerta con una mano mientras con la otra aferraba el bolso por las asas. Sintió una presión en su tobillo derecho y las uñas se iban clavando pantorrilla arriba mientras que las plumas de nuevo la iban envolviendo, la cola se abría y cerraba, podía oír perfectamente el sonido de los coletazos a sus espaldas… tragó humo, tosió, y entonces escuchó el sonido; así cantaba aquello, igual que un ave como a la que pertenecía aquella cola, como cantan al atardecer.
Incluso los vecinos de arriba pudieron escuchar el canto del ave y los gritos de la mujer, el fuego se expandió tan deprisa que cuando llegaron los bomberos no hubo mucho que hacer, las llamas prácticamente devoraban el edificio de tres plantas, dos edificios colindantes fueron evacuados, y cuando de madrugada se pudo acceder al bloque, sólo se encontraron seis cadáveres calcinados en medio de las ruinas, y en el patio, una pila de agua para lavar la ropa, un viejo florero desconchado, y una hermosa cola llena plumas de pavo real que salía del florero y se apoyaba en la pared, llena de humo.
¡Qué cosas más raras tienen algunas viejas en casa!

2 comentarios:

  1. jajajaajuna historia fantástica, podría ser el nudo de una película de Almodóvar. Me ha encantao pekeño¡¡ Estas son las cosas que me gustan leerte¡¡ Un besito muy muy grande¡¡

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  2. Una historia de las que un infortunio llama a otro, porque al final la desgracia está escrita de antemano... a lo Allan Poe!!! Me ha gustado mucho, Enelmar.

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